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La confirmación de nuestra esperanza

Comentarios al Oficio de la Salutación

Pe. Agathángelos K.
Archimandrita

La esperanza cristiana

Contemplando en el Oficio de la Salutación la dulce persona de la Santísima Madre de Dios, sin separarlo de la persona y la gloria de su Hijo, debemos dar testimonio de nuestra esperanza y su causa, la esperanza del pequeño resto, la esperanza de los hijos de la Iglesia de  Cristo.

Según la doctrina del Nuevo Testamento, la vida de los cristianos es descrita como una vida de esperanza. Dios, Padre de Jesucrito, nos hizo renacer a la esperanza viva, de manera que la única explicación que hemos de dar sobre si hemos respondido a nuestra llamada divina o no es dar cuenta  de  nuestra  esperanza.

Vida cristiana significa expectativa de la bendita esperanza y manifestación de la gloria de Dios, significa mantenimiento de la esperanza presente, irreprochable constancia en la esperanza del Evangelio significa regocijo en esperanza de la gloria.

Pero esta esperanza cristiana es algo único. Mientras que las esperanzas humanas están siempre  vinculadas a las promesas del mundo y la existencia, la esperanza cristiana, por el contrario, se deshace de lo convencional y lo humano y se vuelve hacia la única fuente de vida y de lo posible: a Dios Revelado y  Vivo.

La esperanza cristiana difiere radicalmente de las esperanzas humanas, porque ésta es la esperanza, no producto de la imaginación y la nostalgia humanas, sino fruto del Espíritu, llamada de la gracia divina, la esperanza de Su llamada, como la caracteriza el Apóstol San Pablo.

En la llamada de Dios, que es diariamente anunciada mediante la palabra y el misterio de Cristo, se revela la esperanza cristiana, y quien desea vivir en ella debe aceptar esta llamada de Dios, la palabra de Su verdad, la palabra de Su   Evangelio.

Expectativa, libertad, redención

Esta  llamada  de  Dios, a la esperanza viva no, es un  don al iniciado o  al sacerdote, no  es una mágica instilación de lo divino en la naturaleza humana. El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, y os haga progresar con esperanza por virtud del Espíritu Santo. Esta verdad describe y agota absoluta y comprensivamente todo el sentido de la fe y la vida  cristiana.

La expectativa concreta de la esperanza cristiana es la salvación. Salvación significa vida en Cristo. Sólo en  Él nuestra existencia se convierte en auténtica vida. Y es vida porque, entregada completamente a Cristo, se convertirá en vida cuando vuelva Él para regalar la vida  eterna.

Pero, como vida, la existencia cristiana se identifica con la libertad y la redención. Esta libertad es nuestra posesión y nuestra gran expectativa. Libertad y redención de la mortal adhesión y atadura a nosotros mismos, libertad de dar y recibir, libertad en la gracia del redimido, libertad frente a la gloria del que ha de venir a la Pasión voluntaria y glorificación personal. La gloria que esperamos y de la que está transida  nuestra vida, es la grandeza de la libertad de la vida eterna, la contemplación del amor de  Dios.

Somos, pues, llamados a tener esperanza. Allí, en la Resurrección, donde fueron superados todos los hitos humanos, allí de nuevo debe poder transformarse la fe en esperanza. Dios oyó nuestro lamento y nos abrió de par en par el horizonte para que pudiéramos ver, pero el hombre se retrae asustado.  Dios solicita  nuestra confianza en el presente, pero también en el futuro, que aún no existe. Esta esperanza, que debemos confirmar con nuestra vida, nos hace capaces de cargar con la cruz del presente y da lugar a la historia. Esta es la debilidad de la esperanza cristiana. Vivir la Cruz y ofrecer la Resurrección. El Dios de la esperanza no es Aquél Que se agota en el momento presente, sino Aquél que da vida  a  los muertos, y  llama a existir  aquello que no existe. De este modo nuestra esperanza, según lo expresa San Isaac de Siria, se convierte en regocijo del presente, reposo y alivio, nuestra expectativa, porque la misericordia de Dios nos rodea y no nos avergüenza.

La expectativa da un sentido especial a la vida, porque sólo el hombre que la tiene se apropia de  su  presente y encuentra alegría no sólo en la alegría, sino también en el dolor.

Felicidad no sólo en la alegría, sino también en la desgracia. De esta manera nuestra esperanza se convierte en un camino triunfal, porque sólo ella puede pronosticar el futuro, incluso de lo transitorio y mortal, porque sólo ella expulsa y aniquila la desesperación. Por esta razón la lengua sabia revela que vida sin esperanza no es vida. Un infierno es la propia deseperación. Dante tiene toda la razón sobre la inscripción a la entrada del infierno:

"Tú que entras deja tras de ti toda esperanza ".

La reunión, cada vez, de los ortodoxos en el Oficio de la Salutación a la Santísima Madre de Dios es una confirmación y complemento de nuestra esperanza. Nuestra vida descubre la señal y el misterio de la esperanza. ¿Quién nos da fuerza y apoyo? ¿quién nos infunde el aliento de la vida? El propio Señor y la Virgen, Su Madre. Ella, la Santísima Madre, es el gozo y el consuelo de  nuestro pueblo.

Recordemos en  este punto las palabras de San Siluano Atonita:

"Cuando la Virgen estaba al lado de la Cruz, su desolación era inmensa como el mar y el dolor de su alma era incomparablemente mayor que el dolor de Adán tras su expulsión del Paraíso, porque su amor era incomparablemente mayor que el amor de Adán al Paraíso. Y si sobrevivió, sobrevivió sólo gracias a la fuerza divina, al apoyo del Señor, porque Su voluntad era ver la Resurrección y posteriormente, después de su Ascensión, quedar para consuelo y regocijo de los Apóstoles  y del nuevo pueblo cristiano".

Dios está ante nosotros, como nuestro futuro absoluto. De ahí proceden las fuerzas y la plenitud, del Que ha de venir. Los cristianos, escribe un pensador ortodoxo contemporáneo,

en su esperanza y su lucha se ejercitan y aprenden a esperar, y  esperando actúan  más.  Su   esperanza  es  preciada,  iluminada  y apasionante. Con la medida de esta esperanza sacuden la seguridad de  situaciones  inmóviles  y desmitifican las permanencias negativas, lo sobreentendido y los simulacros de la vida, y contribuyen a mantener abiertas la vida y la historia a nuevas conquistas, imprevisibles e inesperadas .

¿Podemos, pues, no esperar? Hemos probado el sabor de la experiencia de la gracia del Señor, tenemos a nuestra Iglesia, a la Virgen nuestra Madre el amor alcanza a detener la maldad de los hombres de todas las épocas. Por ello depositamos en la Madre de Dios, con devoción, toda nuestra esperanza en el mañana, continuando con paciencia nuestra vida y nuestra  lucha.


FONTE: Αποστολική Διακονία της Εκκλησίας της Ελλάδος

 

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